Al despertarme en el día de ayer, encontré a mi compañera viendo atentamente una película que estaban dando por cable. Al presta atención veo que se trataba de Mujer Bonita. Un clásico de los 90 que inmediatamente me trajo a la mente un maravilloso artículo del filósofo José Pablo Feinmann.
Es verdad que en la película Mujer
bonita, Hollywood, vendió un cuento de hadas moderno, pero JP Feinmann
supo leer ahí algo más que romance y vestidos caros. En su célebre texto “Julia
Roberts contra el capitalismo salvaje”, el filósofo supo desarmar la
película hasta mostrar su núcleo ideológico: una crítica —suave, edulcorada,
pero crítica al fin— al capitalismo financiero depredador. Sí, el mismo que
volvió a invadir nuestras vidas con el ascenso al poder de Javier Milei,
un presidente que, como Edward Lewis, no habla de producir sino de destruir,
no habla de trabajo sino de costos laborales, y no concibe al Estado ni
a las empresas como espacios de organización social, sino como objetos a ser
desarmados y liquidados. Todo es un loop que nos lleva y trae a los 90.”
Edward Lewis, es un millonario
obsceno, no produce nada. No fabrica, no crea, no emplea. Se dedica a desarmar
empresas, las desguaza en mil pedazos para convertirlas en papeles,
negociables en mesas de “inversionistas” que multiplican su valor sin producir
absolutamente nada. La película muestra al capital financiero en estado puro.
Vivian Ward, una prostituta de Hollywood Boulevard, entiende algo que el
magnate no: que ganar dinero sin producir nada es moralmente vacío.
Ella, que vende su cuerpo, conserva una ética; él, que compra empresas, no sabe
nada de eso.
Un detalle que me llamó mucha la
atención y que Feinmann lo dejó pasar, es que Edward Lewis es una persona rota.
El millonario menciona la ausencia de un padre que abandona a su madre,
y lo hace en términos de odio y ruptura. Cuenta que su primer gran
negocio fue comprar la empresa de su propio padre para desmantelarla y
venderla en partes.
No es un detalle menor, el odio es
el acto fundacional de su identidad como empresario del capital
financiero, es lo que conocemos con el nombre de neoliberalismo. Edward no
hereda la empresa para continuarla, la destruye. No la transforma, no la
moderniza, no la hace más productiva: la hace desaparecer. Es un
parricidio simbólico. Matar al padre equivale a matar el modelo de capitalismo
que ese padre representaba: probablemente productivo, industrial, ligado al
trabajo y a la continuidad.
El paralelismo con Javier Milei
es evidente y perturbador. Así como Edward Lewis compra la empresa del padre
para hacerla desaparecer, el actual presidente argentino construyó su identidad
política prometiendo dinamitar el Estado, destruir lo público y borrar toda
forma de capitalismo productivo nacional. En ambos casos, el gesto fundacional
no es crear algo nuevo, sino odiar y demoler lo existente. El parricidio
simbólico se transforma en programa económico.
El modo de acumulación de Edward nace
del odio: ganar dinero destruyendo lo que otros han construido con
esfuerzo. Por eso no produce nada. Por eso no crea empleo. Por eso sólo sabe
comprar, desarmar y liquidar. El millonario de la película es un hijo que confunde
emancipación con demolición. Cree que ser libre es arrasar con todo lo
anterior. No supera al padre: lo borra. Y al hacerlo, inaugura su
adhesión total al capitalismo financiero salvaje, abstracto, sin rostro ni
responsabilidad social. ¿Te suena conocido?.
Ahora volquemos un instante la
mirada sobre Vivian Ward. Ella no sólo vende “placer”, en el guion queda muy
claro, vende tiempo, disponibilidad corporal y fuerza de trabajo. Es
exactamente lo que describe Karl Marx en El Capital: el
trabajador no vende el producto, vende su capacidad de trabajar durante un
lapso determinado. Vivian negocia por hora, por noche, por semana. Hay
tarifa, contrato verbal, condiciones, penalidades y hasta cláusulas implícitas.
Edward no compra a Vivian: alquila su fuerza de trabajo, como cualquier
capitalista alquila mano de obra. La diferencia es sólo el rubro. No hay
romanticismo ahí: hay mercado.
Han intentado vender esta película
como una moderna historia de princesa. Lamento decirles que no, en esta historia
Vivian produce valor en términos económicos, no son mercancías
materiales. Produce servicio. Edward, en cambio, no produce nada.
Vive de la valorización abstracta del capital. En términos clásicos, Vivian
está más cerca del trabajo productivo que Edward, aunque el sistema
declare lo contrario.
Y podemos darle una rosca más de
tuerca. Vivian pertenece al sector más desprotegido del proletariado como son
los repartidores del estilo Rappi. No tiene derechos laborales. No tiene
seguridad social. No tiene estabilidad. No controla el proceso, ni el resultado,
pero la prostituta tiene lo aventaja al repartidor en un aspecto: cobra por
adelantado porque sabe que el capital incumple.
Volvamos al texto de Feinmann, el
filósofo señaló otra arista, con ironía nos cuenta sobre la inversión de roles:
la prostituta es quien humaniza al capitalista. Vivian no sólo enamora
al príncipe; lo civiliza. Cuando Lewis decide salvar la empresa naviera
de James Morse y sostener el trabajo de cientos de obreros, no se vuelve
socialista: retrocede al viejo capitalismo burgués, productivo,
industrial, con fábricas, máquinas y salarios. Vuelve a la producción
industrial. El dinero vuelve a estar al servicio de la producción y no de la
especulación.
Por otro lado tenemos al villano,
que no es casual. Philip Stuckey, el abogado financiero, es la encarnación del
capital salvaje, sin rostro ni escrúpulos que te recuerda rápidamente al 3% de
las coimas, el cierre de los fondos para el CONICET, el cierre de escuelas, la
quita de alimentos para comedores... La escena donde el abogado intenta violar
a Vivian, no es un exceso del guion, es la metáfora brutal y más cercana a la
realidad de un sistema que avanza sobre todo lo que no comparte su ideología,
incluso sobre los cuerpos. Esa escena se repite a diario cuando se quitan los
remedios a los discapacitados o a los jubilados. Cuando Lewis lo expulsa,
también expulsa —momentáneamente— a la lógica financiera extrema. Es lo que
sucedió en diciembre del 2001 cuando la sociedad toma conciencia y expulsa el
gobierno de De la Rua.
Lo importante de este análisis es
no idealizar a Hollywood, al contrario, darnos cuenta de que en el corazón mismo
del imperio cultural y económico, el capital financiero aparece y es
señalado como reprochable. Mientras que la producción y el trabajo
conservan un resto de legitimidad moral. El príncipe es bueno porque crea
empleo; la Cenicienta es hada porque devuelve sensibilidad a un millonario
desalmado. Y acá caemos en la cuenta de que se trata sólo de un simple cuento.
Muy difícil que se haga realidad.
Pero hagamos con el cine como
enseñó Feinmann: pensar la política donde otros veían sólo entretenimiento.
Y por eso esta película sigue siendo incómoda, necesaria y actual. Porque el
problema que vio en Mujer bonita en los ’90 es el nuestro en pleno
2025/2026.
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