Hay memes que hacen reír y memes que incomodan. Y después están los que duelen, porque no exageran: aciertan. El del “transeconómico” pertenece a esta última categoría. No se burla del poder económico ni caricaturiza a los ricos reales; apunta a algo mucho más sensible: a quienes se creen ricos sin serlo, a los pobres que votan como millonarios y defienden políticas diseñadas para perjudicarlos. Por eso este es uno de los memes que más les duele a los libertarios.
El “transeconómico” no es una categoría económica sino una identidad ideológica aspiracional. Es el sujeto que vive de un salario, del monotributo, de la changa o de ingresos inestables, pero piensa y vota como si tuviera acciones, offshore y un estudio contable en Puerto Madero. No tiene capital, pero defiende al capital. No es empresario, pero odia los derechos laborales. No es rentista, pero exige ajuste fiscal “sin anestesia”.
El éxito del meme está en que rompe la fantasía. El discurso libertario funciona mientras logra convencer a sus votantes de que no son pobres, sino ricos en pausa, millonarios momentáneamente sin dinero. La promesa no es material sino simbólica: pertenecer. No a una clase real, sino a una clase imaginaria futura que siempre está por llegar y nunca llega.
En ese marco, buena parte del electorado de La Libertad Avanza encarna este fenómeno. El repartidor de apps que celebra la “libertad” laboral aunque no tenga vacaciones, aguinaldo ni obra social. El monotributista que aplaude la baja de impuestos a grandes empresas mientras paga tarifas dolarizadas y ve caer su consumo. El jubilado que justifica el recorte previsional porque “antes cobraban de más”. El trabajador informal que defiende la quita de subsidios porque “el mercado se regula solo”, aunque no llegue a fin de mes.
Nada de esto es casual. El libertarismo no necesita mejorar la vida material de sus votantes; necesita desvincularlos de su propia realidad. Les enseña a despreciar al pobre —que son ellos mismos— y a admirar al rico abstracto, idealizado, meritocrático, que nunca conocieron. Por eso el odio visceral a cualquier discurso que hable de clases sociales: recordarles quiénes son resulta insoportable.
Ahí está el núcleo del dolor. El meme no insulta: describe. No acusa: refleja. Y cuando un espejo devuelve una imagen que contradice el relato heroico del “emprendedor en potencia”, la reacción no es risa, sino furia. Porque el transeconómico no quiere verse como trabajador explotado; quiere verse como empresario incomprendido.
Por eso este meme molesta tanto. Porque baja a tierra una épica construida sobre humo. Porque muestra que no hay rebeldía en defender al poder económico siendo pobre. Porque revela que no es conciencia de clase lo que falta, sino algo peor: identificación con el verdugo.
No son ricos atrapados en cuerpos pobres. Son trabajadores defendiendo un modelo que los necesita pobres, pero obedientes. Y eso, dicho en pocas palabras y con humor, es lo que el meme no les perdona.
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