En Defendiendo lo indefendible, Walter Block propone un experimento intelectual tan provocador como peligrosamente infantil: tomar a los personajes más odiados del capitalismo —usureros, proxenetas, chantajistas, traficantes— y presentarlos no solo como agentes económicos legítimos, sino como benefactores sociales injustamente perseguidos. Textualmente dice Block: “La filosofía libertaria condena únicamente la violencia no provocada, es decir, el uso de la violencia contra una persona no violenta o su propiedad.” El truco es simple, elegante y brutal: reducir toda la moral social a una sola regla, la no agresión física directa.
Para Block, si no hay violencia
explícita —golpes, balas, cuchillos— entonces no hay crimen. Todo lo demás es
sentimentalismo, prejuicio o histeria colectiva. La explotación, la miseria, la
dependencia económica, el abuso estructural o la desigualdad extrema quedan
mágicamente fuera del análisis. No existen como problema moral. No entran en el
“radar” libertario. Block lo dice de esta manera: “La premisa básica de esta filosofía
es que la agresión frente a no agresores es ilegítima” (…) “La filosofía
libertaria condena únicamente la violencia no provocada, es decir, el uso de la
violencia contra una persona no violenta o su propiedad.” Después, todo lo
demás, vale.
Desde esta lógica, el mercado
aparece como una fuerza casi sagrada: todo intercambio voluntario es
beneficioso por definición. Si alguien acepta pagar intereses usurarios, vender
su cuerpo, consumir drogas destructivas o trabajar por un salario miserable, el
sistema queda absuelto. No importa el contexto, la necesidad ni la asimetría de
poder: si hubo consentimiento formal, hubo justicia.
Después de esta brevísima
interpretación de la introducción del libro de Walter Block descubrimos el “truco”
del mago circense. Esta ética (para algunos sería la falta de ética) que se
encuentra encerrada en este libro marginal queda liberada y sale de la
oscuridad para convertirse increíblemente en una práctica de gobierno. No es
casual que el presidente argentino haya reunido a su círculo más cercano de
funcionarios y les haya regalado Defendiendo lo indefendible. No fue un
gesto cultural, un estimula a la producción de libros o una simple provocación
cultural: fue una bajada de línea ideológica. Un manual moral para gobernar sin
culpa.
Vayamos a lo concreto, a los
datos duros, al deleite de todo historiador. Mencionemos sólo cuatro ejemplos:
Caso 1. Las denuncias por
el cobro de coimas del 3 % en la provisión de medicamentos para personas con
discapacidad, que involucran a la hermana del Presidente, no representarían
ningún problema moral bajo la lógica de Block. Nadie fue encañonado. Hubo un
trámite, un intermediario y una aceptación forzada por la necesidad. Para el
libertarismo radical, no hay corrupción: hay un incentivo dentro de una
transacción “voluntaria”. El discapacitado no es una víctima; es un consumidor
sin alternativas.
Caso 2. La frustrada
candidatura de José Luis Espert, tras confirmarse su vinculación con el
narcotráfico, tampoco colisiona con este marco teórico. Para el autor, el
narcotráfico, mientras no medie violencia física directa en el intercambio, es
apenas un mercado prohibido por el Estado. El problema no es el dinero sucio,
sino que el Estado lo persiga. El narco no es un criminal: es un empresario
ilegalizado.
Caso 3. La situación de la
senadora Lorena Villaverde, a quien la Justicia le embargó sueldo y aguinaldo
por haber vendido terrenos que nunca entregó, tampoco constituye una estafa
desde esta ética. Walter Block diría que hubo contratos, firmas y compradores
“voluntarios”. Si alguien confió, perdió y quedó sin nada, el mercado ya emitió
su veredicto. La política y la justicia sobran.
Caso 4. El escándalo de la
estafa con criptomonedas conocido como $LIBRA termina de cerrar el círculo.
Según denuncias e investigaciones periodísticas, la participación del propio
presidente fue un elemento imprescindible para que el esquema pudiera
desplegarse: sin su aval político, simbólico y comunicacional, la operatoria no
habría tenido ni alcance ni credibilidad. Sin embargo, bajo la lógica de Block,
el problema vuelve a disolverse. Nadie fue obligado a invertir. Si alguien
perdió sus ahorros, no fue estafado: fue un mal inversor. El daño desaparece.
La responsabilidad política también.
Y es recién acá donde el
gesto del libro cobra su verdadero sentido.
Primero: es una señal
ideológica interna, no un chiste ni una provocación pública. Un presidente
no regala libros al azar. Menos aún a su gabinete. Ese libro funciona como un
manual doctrinario: no está pensado para convencer a la sociedad, sino para ordenar
moralmente a quienes gobiernan. Es una bajada de línea: esto que hacemos
no es un error, es teoría.
Segundo: redefine qué entiende
el gobierno por corrupción. Block no niega la existencia de prácticas
desagradables; las despenaliza moralmente. Si el único límite es la violencia
física directa, entonces la corrupción administrativa, las coimas, las estafas
contractuales, el tráfico de influencias o el dinero narco dejan de ser un
problema ético. Pueden ser feos, pero no ilegítimos. El regalo del libro es un
mensaje claro: no se sientan culpables.
Tercero: convierte los
escándalos en coherencia. Cuando aparecen casos como coimas en
medicamentos, candidatos ligados al narcotráfico o estafas inmobiliarias, el
gobierno no los vive como contradicciones de su discurso, sino como daños
colaterales aceptables. El libro explica por qué: si hubo consentimiento, firma
o necesidad aceptada, entonces el mercado ya habló. La política no tiene nada
que corregir.
Cuarto: es una pedagogía del
poder. El libro enseña a gobernar sin culpa. A mirar a la víctima como
“cliente”. A pensar al Estado como agresor y al poderoso como héroe
incomprendido. Regalar ese texto es formar subjetividades de gobierno capaces
de administrar el ajuste, la exclusión y la impunidad con una sonrisa
tecnocrática.
En síntesis, ese regalo no es
simbólico.
Es una confesión ideológica.
Es decirle al gabinete: si
algo huele mal, tranquilos, no es corrupción; es mercado.
Y por eso Defendiendo lo
indefendible no es solo un libro provocador: es un manual de anestesia
moral, es un manual de gobierno, ideal para un capitalismo que necesita
convencernos de que la crueldad es libertad y que la miseria ajena es, en el
fondo, una elección personal.
Pd. Recuerden, que para ser
libertario, hay que ser millonario o ignorante.
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