(Por Facundo Di Vincenzo) El reconocido historiador Tulio Halperin Donghi (Buenos Aires, 1926-2014) en su libro José Hernández y sus mundos (1985) afirma que el autor del Martín Fierro tuvo a lo largo de su vida varios momentos o “mundos”, como él mismo lo titula: poeta, escritor, político, periodista. Además, deja –como es habitual en sus trabajos– una serie de sugerencias perturbadoras para sus lectores. Recordemos que para Halperin Donghi (1972) la Revolución de Mayo más que la libertad trajo la guerra, y que el proyecto agroexportador-agrominero terminó por convertir a las Américas en un territorio neocolonial de las potencias del Atlántico Norte (Halperin Donghi, 1967).
En este caso se pregunta: ¿por qué fue José Hernández el escritor del texto fundacional de nuestra nacionalidad? Dice: “No tenía muchas razones para sobresalir sobre sus pares” (Halperin Donghi, 1985: 12). Otro historiador, Horacio Zorraquín Becú (Buenos Aires, 1911-1994), parece encontrar más razones para explicar la relevancia de Hernández en la cultura y la historia rioplatenses. Afirma en su libro Tiempo y vida de José Hernández 1834-1886 (1972: 203): “Fuera error creer que sólo los cofrades de Fierro le brindaron su aplauso. Personas de mayor jerarquía se sumaron al elogio, pese a lo poco propicio de las circunstancias, derivadas no sólo de la intención política del libro y de la filiación del autor, sino del hecho de que los intelectuales del momento, empeñados en acompañar al país en su evolución progresista, veían en ese intento de revivir lo gauchesco, sin perjuicio de reconocer sus méritos intrínsecos, un achaque de extemporaneidad y retroceso”.
De las citas anteriores se desprenden dos problemas referidos a la figura del poeta, escritor, periodista y político José Hernández (Chacras de Perdriel –actualmente Villa Ballester–, 1834-1886). La primera se encuentra relacionada a su trascendencia o no trascendencia al momento de la publicación del Martín Fierro en 1872. La segunda cuestión –que no aparece en la superficie, pero sí permanece detrás de los dichos de los historiadores citados– refiere a las lecturas historiográficas y políticas sobre el contexto donde aparece la obra. Zorraquín Becú, por ejemplo, desconfía de quienes han objetado la trascendencia del libro de José Hernández, y Halperin Donghi directamente se siente extrañado por la trascendencia de un libro escrito por José Hernández. El primero porque considera que quienes hablan del autor de El Gaucho Martín Fierro forman parte de la facción política rival. Halperin Donghi –probablemente– porque observa a Hernández como un derrotado, un político sin cargo, alguien que se encuentra lejos de los ámbitos de decisión política de aquel entonces.
En este punto es necesario detenerse en algunas cuestiones de contexto. Numerosos estudiosos y estudiosas del siglo XIX, como Fermín Chávez (1956), Tulio Halperin Donghi (1972), José María Rosa (1973), Jorge Abelardo Ramos (1957), José Carlos Chiaramonte (2007) o Hilda Sabato (2012), han sostenido que tras la Revolución de Mayo de 1810 surgen al menos dos proyectos políticos en el Río de la Plata. Uno fue el promovido desde la ciudad-puerto Buenos Aires, y tuvo un carácter liberal en lo económico y “atlantista” en lo cultural-ideológico, en el sentido de impulsar una cosmovisión –forma de ver el mundo– con centro en Francia e Inglaterra. El otro, llamado federal, fue promotor de cierta protección a la producción local y, en materia cultural-ideológica, intentó ponderar la tradición, las costumbres y las expresiones de los pobladores de estas tierras. Ese arraigo local –según algunos autores y autoras– terminó constituyendo una matriz de pensamiento autónomo (Alcira Argumedo, 2009), un mito “gaucho” (Carlos Astrada, 1964), un pensamiento geo cultural (Rodolfo Kusch, 1976) y geo existencial (Alberto Buela, 1987) propio.
José Hernández se involucró a lo largo de su vida en las luchas desencadenadas entre estos dos proyectos, con una particularidad, al tiempo que participó militarmente en los conflictos de su época, escribió poemas, libros y textos periodísticos, donde ponderó las figuras del gaucho y del indio como elementos constitutivos de la identidad rioplatense. En esa medida, una revisión de su historia y de sus intervenciones necesariamente involucra el periodo que transcurre desde la Batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852 hasta el proceso de organización nacional llevado a cabo por Julio Argentino Roca hacia fines del siglo XIX. Por influencia de su padre –que trabajaba en uno de los establecimientos ganaderos de Juan Manuel de Rosas– Hernández tuvo un acercamiento a la facción federal de Buenos Aires –grupo de hombres que buscaba volver a la situación anterior a Caseros, aquella batalla que había dado fin al gobierno de Rosas. Los biógrafos de José Hernández, Horacio Zorraquín Becú y Fermín Chávez, señalan que consideraba que la provincia de Buenos Aires debía en esta etapa histórica formar parte de la nueva Confederación Argentina liderada por el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. En consecuencia, cuando se produjo la Revolución del 11 de septiembre –motivada entre otros por el general Hilario Lagos, y cuya iniciativa era separar a la provincia porteña de la Confederación Argentina– José Hernández se alineó con los hombres agrupados en torno al periódico La Reforma Pacífica, quienes planteaban mantener la autonomía de Buenos Aires sin que ello supusiera romper los lazos con el resto de las provincias. En estas circunstancias participó del lado de la Confederación Argentina bajo el mando de Pedro Rosas y Belgrano –hijo ‘natural’ de Belgrano adoptado por Rosas– y Faustino Velazco en la represión del levantamiento del coronel Hilario Lagos (1853), quien se había alzado contra el gobernador Valentín Alsina. En esta batalla, la facción de Hernández sufre una derrota. Luego luchó, ya como teniente, en la Batalla del Tala (1854), donde salió vencedor. Entre 1854 y 1858, como lo demuestran los textos y las intervenciones políticas de los Hernández, no participó de enfrentamientos, aunque se mantuvo atento al levantamiento de los generales federales José María Flores y Jerónimo Costa contra Pastor Obligado, gobernador que había sido impuesto por los revolucionarios del 11 de septiembre. Frente a la situación política adversa que sufrían en Buenos Aires, José Hernández debe emigrar –como su hermano Rafael y tantos otros federales de Buenos Aires– hacia Entre Ríos.
Entre 1858 y 1867 José Hernández escribió en los periódicos El Nacional Argentino, El Litoral y El Argentino de Paraná. En este último le tocó cubrir la muerte del general Vicente “Chacho” Peñaloza, motivando luego la publicación de su primera gran obra: Vida del Chacho (1862). En 1859 participa en la Batalla de Cepeda y en 1861 en la de Pavón, que marca el final de la Confederación Argentina tras la derrota en manos de las fuerzas porteñas al mando de Bartolomé Mitre. En 1869 vuelve a Buenos Aires tras el largo exilio de diez años al que había sido obligado por “los pandilleros de Mitre”. En aquellos años estuvo viviendo en Paraná, Concepción del Uruguay, Paysandú, Corrientes, Rosario, Santa Fe, La Paz, San José Feliciano y Concordia, entre otros sitios. Buenos Aires, la ciudad de Mitre y el aporteñado Sarmiento, sigue siendo un territorio adverso para los federales. También lo son aquellos tiempos, en donde los principales líderes del federalismo de las provincias denuncian una guerra injusta, cruel e inmoral contra el pueblo hermano del Paraguay. José Hernández denuncia una y otra vez las infamias de esta guerra innoble. Escribe en el diario La Capital de Corrientes el 20 de julio de 1868, poco antes de arribar a la ciudad puerto: “Es un destino bien amargo el de esta pobre República. Esto se llama ir de mal en peor. Mitre ha hecho de la República un campamento. Sarmiento va a hacer de ella una escuela. Con Mitre ha tenido la República que andar con el sable a la cintura. Con Sarmiento va a verse obligada a aprender de memoria la Anagnosia, el método gradual y los anales de Doña Juana Manso. Esas son las grandes figuras que vienen a regir los destinos de la patria de Alvear y San Martín. ¿Consentirá el país en que un loco, que es un furioso desatado, venga a sentarse en la silla presidencial, para precipitar al país a la ruina y al desquicio?”.
Lejos de callarse y bien lejos de cuidarse, ni bien pisa suelo porteño José Hernández comienza a trabajar en la fundación de un nuevo diario. Repasemos rápidamente el escenario periodístico y político. El diario La Nación Argentina expresaba los intereses y el ideario político de Mitre, mientras que El Nacional de Dalmacio Vélez Sarfield y La Tribuna de Mariano Varela pronunciaban las opiniones de Sarmiento. No había un diario en Buenos Aires que manifestara la voz de los gauchos o que cuestionara las acciones de aniquilamiento de los indios, o la política “de las levas obligadas” a la frontera. Menos aún había voz alguna que se manifestara a favor de las provincias. José Hernández entonces funda el diario El Río de la Plata, al que califica como diario “independiente”, y como él mismo dice, en términos políticos “ser independiente es ser opositor al oficialismo de turno”. ¿Quiénes lo acompañan? Miguel Navarro Viola, que había vuelto como él del destierro, Agustín de Vedia, Vicente G. Quesada, el general Guido, Pelliza, Sienra Carranza, Belisario Montero, el catamarqueño Aurelio Terrera y Cosme Mariño. Escribe Guido Spano: “¿Quiénes somos? Somos más o menos conocidos, somos viejos conscriptos de las luchas de la República; hemos asistido a los grandes sacudimientos que la han conmovido; tuvimos nuestra parte en los combates, y en nuestra peregrinación borrascosa hemos adquirido una clase de valor, el único que venimos a ostentar, el valor de la concordia” (El Río de la Plata, 1, 6-8-1869: 1).
Tras un rápido recorrido por la vida y la obra de José Hernández, desde sus primeras intervenciones militares y políticas hasta la fundación del diario en donde aparece el texto sobre las Islas Malvinas, merece la pena detenernos en una reflexión. Podría enumerar una larga lista de autores y autoras que han trabajado la principal obra de José Hernández, El Gaucho Martin Fierro: Ezequiel Martínez Estrada (1948), Carlos Astrada (1948), Elías Giménez Vega (1961), Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano (1983), etcétera, etcétera. Observo que todos ellos han puesto el foco en la obra narrativa-literaria, dejando de lado todo el recorrido militar, político y periodístico de su autor, un corrimiento que también se puede observar en los manuales de escuela primaria y secundaria, ya que Hernández aparece en los libros de las asignaturas “Prácticas de Lenguaje” y “Literatura”, pero no en los libros de “Historia”. ¿Qué implicancia tiene este desplazamiento? Evidentemente, todavía se siente el hedor de los campos de Pavón. Buenos Aires ha vencido en las guerras contra “los federalismos” de las provincias, y en ese sentido ha vencido el proyecto atlantista, semicolonial –como diría Abelardo Ramos– o neocolonial –como diría Halperín Donghi: en resumen, el proyecto liberal y eurocéntrico de los Mitre y los Sarmiento. Quizás por ello sea fundamental vaciar de contenido político al autor de la principal obra de la narrativa nacional, aquel incansable luchador federal, defensor de gauchos e indios, crítico implacable de la Guerra del Paraguay, delator de las traiciones de Urquiza y de las matanzas de Mitre y Sarmiento. Revisar la vida y la obra de Hernández supone volver sobre “otra historia” de nuestra Nación, diferente justamente a la “historia oficial” escrita por Mitre y llevada a las aulas por Sarmiento.
Por lo dicho, no debe sorprender entonces que cuando la elite dirigente y económica –terrateniente, latifundista y agroexportadora– de aquel proyecto dependiente de las potencias del Atlántico Norte hablaba de “orden y progreso”, no vincularan esa idea-fuerza con ordenar verdaderamente las cosas, comenzando por el control político de todo nuestro territorio. Una extraña idea de orden tenían estos hombres. No debe sorprendernos que sea justamente José Hernández quien lo advirtiera y reclamara por nuestras Islas Malvinas en un texto publicado en su diario. El escritor nacional le demandaba al presidente de la República, Domingo Faustino Sarmiento: “Parece que el señor Sarmiento no reputó bastante explícitas las instrucciones, aunque apoyó resueltamente el derecho de entablar aquella reclamación. Entre tanto, deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás. […] Llamamos la atención de toda la prensa argentina sobre asuntos de tan alta importancia política y económica, de los cuales volveremos a ocuparnos oportunamente”.
“Pandilleros” y “chupandinos”: un caso como ejemplo, “la guerra de cielitos” contra Hilario Ascasubi
El 20 de abril de 1859 en el diario El Nacional Argentino de la ciudad entrerriana de Paraná aparece un texto titulado: “Un cielito ateruterado dedicado a Aniceto el Gallipavo”. El cielito es una respuesta de su autor, que se encuentra detrás del seudónimo de “Juan Barriales”, a un tal Aniceto el Gallipavo, otro alias bajo el cual se esconde Hilario Ascasubi (Fraile Muerto, 1807-1875). Este texto tiene virulentos pasajes como: “Cielito de los celajes / Y cielo de la invasión / Contra los desnudos salvajes / Y salvajes de faldón. / A Buenos Aires marchemos, / Libertad, Federación, / Leyes y Constitución, / Para él le conquistaremos / Salvajes y mashorqueros, / Los enemigos son pocos, / Y de miedo ya están locos, / Por dejar los avisperos. // Todos güenos federales / Por la ley o por la constitución, / Contra una torpe gavilla, / Contra un partido ladrón, / De asesinos y bandidos / De toda cría y nación, / Que se apellida unitario / Para formar una fasión” (El Río de la Plata, 86, 19-11-1869: 1, extraído de Hernández, 2008).
Más adelante me encargaré de hablar del misterioso “Juan Barriales”. Por lo pronto, sólo diremos que Ascasubi era una de las figuras más reconocidas del ambiente literario, cultural y periodístico de la época en Buenos Aires. Probablemente uno de los primeros rioplatenses a los que le publican Las obras completas en Europa (1872, por imprenta Paul Dupont). Además, como todos los que escriben en los diarios de aquellos tiempos, era parte de una facción: en su caso participaba en las rencillas provocadas por los porteños liderados por Bartolomé Mitre (Buenos Aires, 1821-1906), un grupo al que comúnmente los llamaban “de los pandilleros”, ya que solían atacar a los adversarios en patota.
Repasemos rápidamente el contexto histórico en donde se inscribe el texto. En la Batalla de Caseros (3 de febrero de 1852), “el Ejército Grande” comandando por Justo José de Urquiza (Talar de Arroyo Largo, 1801-1870) y conformado fundamentalmente por tropas del Imperio del Brasil, pero también por porteños unitarios exiliados, orientales, ingleses, franceses, paraguayos y litoraleños, venció al gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires, 1793-1877). Como consecuencia de la derrota de Rosas, los federales de Buenos Aires se encontraban acorralados, eran perseguidos, calumniados y forzados a emigrar a las provincias vecinas. Los porteños, unitarios de años atrás, deciden traicionar a sus aliados de turno,[1] los federales de Urquiza, en dos movimientos sincronizados: primero, se retiran con argumentos absurdos de la convención constituyente de San Nicolás, en donde –entre otras cuestiones– todas las provincias de la unión acordarían una constitución que estableciera el reparto de los ingresos de la aduana del puerto de Buenos Aires. Luego, directamente se alzaron en armas. Era el inicio de una etapa donde en el actual territorio argentino existieron dos repúblicas, una llamada “la Confederación Argentina”, con Urquiza como presidente, y otra, la porteña, con Mitre a la cabeza.
Tras la rebelión de los porteños hay varios alzamientos de los federales en la campaña de Buenos Aires, todos ellos violentamente reprimidos. Comienza a plantearse el enfrentamiento armado entre los dos bandos. Ascasubi se posiciona como uno de los principales poetas, escritores y periodistas de la facción porteña y liberal, sin dudas por su exquisita pluma, pero también por atender la solicitud de Bartolomé Mitre, quien le encarga el reclutamiento de mercenarios europeos residentes en Montevideo, y años después con el mismo encargo viaja en busca de esbirros a Europa. Probablemente envalentonado por estas tareas, Aniceto el Gallo (Ascasubi) publica el 11 de abril de 1859 “un cielito antiterutero” de tono antifederal, antiurquicista y antirrosista, en el diario del liberal, unitario y porteñista Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, 1811-1888), El Nacional de Buenos Aires. Escribe Ascasubi: “Diz que en cierto embarcadero / del Paraná se halla Urquiza, / armando en guerra a la prisa. […] Cielito del terutero / ¿Con que el tremendo don Justo / ha dao término a la tregua, / y por fin montao en yegua / viene a matarnos de un susto? / ¡Ay, cielo!… ¡Barbaridá! / de invasión precitripada, / si es en yegua preñada, / el hombre cómo vendrá! […] ¿Quién diablos lo habrá tentao / a semejante invasión, / estando tan barrigón / y de yapa abichocao? / Cielito: tome un consejo, / señor don Justo José, / no se venga, mire que / para tal cosa está viejo” (Ascasubi, 1872: 111).
El diario El Nacional redactado por Sarmiento es el órgano de difusión más violento que tienen “los pandilleros” en la ciudad puerto y, en este caso, es utilizado como medio para “apurar” a los federales, quienes el 31 de marzo del mismo año en Concepción del Uruguay habían realizado un pronunciamiento a favor de la integridad nacional (Rosa, 1973: 279-292). En resumen, el 31 de marzo se pronuncian los federales y diez días después aparece este cielito de Ascasubi, titulado “un cielito antiterutero”. Recordemos, como afirma el historiador del folklore rioplatense Pedro Inchauspe (Laboulaye, 1896-1957): “los teros o teruteros, son aves zancudas que abundan en el campo argentino y es uno de sus grandes vigilantes, pues la menor presencia extraña los hace que estallen en un griterío que se oye a gran distancia: ‘teru-teru’, ‘teru-teru’. […] La alusión se refiere a una costumbre táctica de este animal: gritar lejos del lugar donde tiene el nido, con lo que despista a la gente interesada en apoderarse de los huevos o los pichones” (Inchauspe, 1955: 135). Podemos notar fácilmente que Ascasubi ironiza sobre la posibilidad de un ataque de los federales, como dice la descripción de Inchauspe, más bien, como los teruteros: gritan desde lejos buscando despistar.
Nueve días después de la publicación del cielito de Aniceto el Gallo (Ascasubi), un tal “Juan Barriales” publica en Paraná el estridente y rabioso cielito: “un cielito ateruterado dedicado a Aniceto el Gallipavo” que responde al cielito de Ascasubi y lo reta a combatir: “Amigo del Uruguay, / publíqueme esa versada / En que dejo contestada / La que en el Nacional hay, / de Ño Ascasubi; y velay, / si me ando yo con ambajes, / si con todos los errajes, / no lo muento por el rabo, / al payador Gallipabo, / con que gayan los salvajes. […] –Cállese, amigo Aniceto / si lo asusta la invasión / que no vaya a oírlo el Patrón / guarde su miedo en secreto; / muestre que tiene confianza / en que Urquiza no vendrá / que mientras no llegue acá / continúa la pitanza”. En otra parte se burla: “Cielito, cielito, que sí / Cielito, cielito que no / Que el Gayo ya está asustao / y de miedo cacareo” (El Río de la Plata, 86, 19-11-1869: 1, extraído de Hernández, 2008).
Ahora sí vale preguntarnos: ¿quién era Juan Barriales? El historiador, periodista y pensador nacional Fermín Chávez (Nogoyá, 1924-2006), en 1959 –a cien años de la publicación del “cielito ateruterado”– induce en su libro José Hernández que aquel “Juan Barriales” era ni más ni menos que el autor de la obra rioplatense con más ediciones y traducciones de la historia de la literatura argentina: José Hernández. Nueve años antes del libro de Fermín Chávez, el poeta, crítico literario y estudioso de las tradiciones y folklore rioplatense Ángel Héctor Azeves (Curuzú Cuatiá, 1917-2010) había arribado a la misma conclusión. Incluso, en una finísima lectura crítica de la obra de José Hernández afirma que este cielito tiene un correlato en El Gaucho Martín Fierro. Dice Azeves (1960: 123): “En la payada del canto 30 [del Martín Fierro, que trata del duelo entre Fierro y el Moreno] Hernández quiso hacer una réplica burlesca de Aniceto el Gallo”. Lo cierto es que si se observa el cielito escrito por “Barriales” y el duelo que mantiene Fierro con el Moreno aparecen las mismas palabras para aludir al rival: “mulato”, “moreno”, “moroso”, “pardo”, “pardejón”. La fisonomía del Moreno y la de Ascasubi son similares. Además, señala Azeves que el Moreno del libro de Hernández –como Hilario Ascasubi– habían sido educados por un fraile, de allí que tanto Ascasubi como el Moreno no canten sobre “las cosas de estancia”: “son puebleros”, no del campo, como Fierro, como Hernández.
En su José Hernández de 1959 Fermín Chávez (1973: 37) dice: “Analizando con cuidado este cielito de Barriales advertiremos que muy contadas personas (seguramente una sola) pudieron escribir tal composición en el Entre Ríos de 1859. Su estilo y su factura denuncian a un escritor de evidente talento y de ostensible cultura literaria en lo que se refiere a la poesía gauchesca anterior. Dicho cielito revela, en efecto, que quien lo escribió conocía perfectamente los antecedentes del género, especialmente las poesías de Bartolomé Hidalgo y del mismo Ascasubi. […] Y descartando posibilidades (que en realidad no las hay en plural), nos queda en la mente un solo nombre: José Hernández”. Hoy podemos decir que aquello que intuía Fermín Chávez hacia fines de la década del 50 fue confirmado luego por las investigaciones realizadas por varios estudiosos de la vida y la obra de Hernández. Ángel Núñez (2005-2019) y Eugenio Gómez de Mier (2016), además de sus trabajos por separado en donde lo afirman, realizaron conjuntamente la edición crítica de la obra completa de José Hernández, incluyendo “Un cielito ateruterado”. Élida Lois (2001) y Beatriz Bosch (1963) lo afirman categóricamente. En el caso de la segunda de ellas, lo incluye en la selección de artículos publicados por Hernández en el diario El Nacional Argentino de Paraná. El único que duda, que tiene algunos reparos aún sobre la autoría, es Julio Schvartzman (2013: 478) –en buena parte por culpa de Hilario Ascasubi– que realiza una notable obra crítica de la literatura gauchesca desde la colonia hasta fines del siglo XIX: “Ascasubi atribuyó los cielitos a Benjamín Victorica, yerno de Urquiza, por lo que envió a El Nacional su ‘Retruco a Victorica’ que igualmente recogió en el Aniceto [su gaceta]”.
Una, dos, tres, mil preguntas podemos hacernos sobre este tema. En cambio, dejo una reflexión sobre los críticos y la crítica literaria. Si los críticos al momento de hablar de un texto ajeno –o de uno propio– necesariamente parten desde una mirada personal, subjetiva, que expresa las lecturas previas, sus inclinaciones político-ideológicas, sus estudios y reflexiones. No es tiempo de afirmar que toda crítica literaria implica una crítica política. Un posicionamiento. Una selección.
Referencias
Argumedo A (2009): Los silencios y las voces en América Latina. Buenos Aires, Pensamiento Nacional.
Ascasubi H (1872): Gacetero prosista y gauchi-poeta argentino. París, Paul Dupont.
Astrada C (1964): El mito Gaucho. Buenos Aires, Cruz del Sur.
Azeves MH (1960): La elaboración literaria del Martín Fierro. La Plata, FHyCE, UNLP.
Bosch B (1963): Labor periodística inicial de José Hernández. UNL, 1963.
Buela A (1987): Aportes al Pensamiento Nacional. Buenos Aires, Cultura Et Labor.
Chávez F (1956): Civilización y barbarie. El liberalismo y el mayismo en la historia y en la cultura argentinas. Buenos Aires, Trafac.
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Chiaramonte JC (2007): Ciudades, provincias, estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846). Buenos Aires, Emecé.
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Hernández J (2008): Homenaje a José Hernández. La Vida del Chacho y artículo de José Hernández sobre las Islas Malvinas. Buenos Aires, UPCN.
Inchauspe P (1955): Diccionario del Martín Fierro. Buenos Aires, Dupont Farré.
Kusch R (1976): Geocultura del Hombre Americano. Buenos Aires, Fernando García Cambeiro.
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Núñez A y E Gómez de Mier (2016): Martín Fierro y la cultura nacional. Buenos Aires, Docencia.
Núñez A, director (2005-2019): Obras Completas de José Hernández. Buenos Aires, Docencia.
Ramos JA (1957): “Las masas y las lanzas”. En Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Buenos Aires, Amerindia.
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Sabato H (2012): Historia de la Argentina (1852-1890). Buenos Aires, Siglo XXI.
Schvartzman J (2013): Letras gauchas. Buenos Aires, Eterna Cadencia.
Zorraquín Becú H (1972): Tiempo y vida de José Hernández.
Facundo Di Vincenzo es doctor en Historia, especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano, profesor de Historia (USal, UNLa, UBA), docente e investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” y del Instituto de Problemas Nacionales (UNLa) y columnista de los programas radiales Malvinas Causa Central y Esquina América en Megafón FM 92.1.
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[1] Probablemente, uno de los autores que mejor ha definido a los unitarios fue el historiador y novelista Julio Cobos Daract (1924: 81), quien en su novela La Estrella Federal sostiene que la diferencia entre los unitarios y los federales radica en que “los unitarios recurren al recurso antipatriótico de la asistencia extranjera para dirimir los problemas intestinos”.
Fuente: https://revistamovimiento.com/
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