Un hijo natural del rey Jorge IV de Inglaterra se radicó en Buenos Aires en las invasiones de 1807. El relato sobre el abedul que plantó en su casa.
En la invasión británica de 1807 llegó a Buenos Aires el irlandés Miguel Haynes que, nacido en el año de la Revolución Francesa, era natural de Dublín. Era hijo natural del rey Jorge IV de Inglaterra y fue educado por Mary Haynes, quien tenía instrucciones de revelarle la verdad al cumplir 18 años, entregándole un papel y un anillo.
Se trasladó a Londres en compañía de su amigo John Farlan justamente en setiembre de 1806, mientras se celebraba con notable euforia la llegada del tesoro tomado en Buenos Aires por el Ejército británico al mando de sir William Beresford. Claro, las noticias tardaban en llegar y ya habían sufrido la derrota del 12 de agosto, pero preparaban refuerzos para consolidar el dominio en el Río de la Plata.
Sorprendió a su amigo cuando Miguel tiró en el Támesis el anillo y la documentación, que probaba su “sangre de reyes”, como titulara una nota Julio A. Luqui Lagleyze, deseoso de ganar los honores por sí y no heredarlos, y se alistó en la fuerza expedicionaria que se formaba para marchar a nuestras tierras a las órdenes del mariscal John Whitelocke. Su sangre regó las calles de la ciudad, justamente en la calle de la Piedad (hoy Bartolomé Mitre), donde resultó herido en un muslo durante la defensa en julio de 1807. Fue el comerciante Jorge Terrada quien lo rescató y asistió, y ya restablecido lo hizo su dependiente y Haynes fue uno más de los irlandeses que se radicaron en estas tierras después de aquellas acciones bélicas.
Raúl A. Molina publicó una carta de la hija de Haynes a su nieto Juan Cruz Ocampo, con noticias sobre don Miguel, en la que afirma que, “cansado de la vida monótona de escritorio [como dependiente], encontró a un amigo que había conocido en Irlanda, nuestro futuro almirante Guillermo Brown, con quien se asoció y fueron a establecerse en la Banda Oriental en el establecimiento ‘Los Galpones’, inmediato a la Colonia, donde conoció a mi mamá”. Efectivamente, se casó con María González, matrimonio que tuvo cuatro varones y una mujer, con descendencia hasta nuestros días.
Prosigue la hija en su narración: “Allí compraban y vendían maderas y por éste otros negocios, viajó al interior hasta San Juan y Mendoza. Con sus ganancias y algún dinerito que tenía mi madre compraron una casa que tenían en la Colonia”. Allí nacieron sus hijos y la residencia mereció unos versos de Esteban Echeverría titulados “Nidos de bellezas”. Al referirse a la educación afirma: “Nos criaron a la inglesa y todo lo que no era sí nos fue casi desconocido”.
En julio de 1835 celebró un contrato con Peter Sheridan mediante el cual éste ponía 4.000 ovejas merino para mejorar las lanas de sus tierras, administradas por James McIntyre, que giró bajo el rubro “Sociedad Pastoril de Meriño”.
Haynes murió en forma muy desgraciada al salir de la iglesia de Colonia, población de la que era alcalde, al salir de misa. Se desató una fuerte tormenta y seguramente un rayo “volteó el techo de la iglesia derrumbando las torres” al impactar “con la pólvora de un batallón brasilero acuartelado allí”. Recogido el cuerpo, “el médico del buque de guerra inglés, de estación, fondeado en el puerto de la Colonia hizo en el mismo día la autopsia y al caer la tarde fue inhumado en el cementerio de esa ciudad”.
Según su hija, “el almirante Greenfield ante una reunión de caballeros ingleses entre los que se encontraba Juan Hanna, Mac Graken, Bell Stuar, Gibson, y otros dijo: ‘el caballero que ha muerto vino conmigo en la misma expedición. Le ví herido en el atrio de una iglesia el día que rechazaron nuestros soldados en Buenos Aires, en Inglaterra se sabía que era hijo y único del rey Jorge IV y que venía a la América porque rechazaba los propósitos reales para continuar una sucesión directa que no tenía”.
Ella misma afirma este detalle no menor. “Posteriormente he leído entra lágrimas la tradición del doctor Pastor Obligado, que según todos mis recuerdos es muy exacta”. Según ella, en su casa frente a la Manzana de las Luces en la calle Alsina y Perú, un día colocó un adebul en la sala con decenas de candelas encendidas que ardían entre sus ramas y millares de estrellas plateadas parecían desprendidas del cielo. Juguetes en profusión: muñecas, cornetines, soldaditos, cañones, tambores, pendían de sus ramas reflejando rutilantes los mil colores del arco iris. Debajo montones de caramelos, chocolatines, mazapanes y turrones. El acontecimiento tuvo una fecha: 24 de diciembre de 1828.
El apellido lo hemos encontrado escrito de manera diferentes, como Hines, Hynes o Haynes; Maxime Hanon encontró su descripción física: “Era un hombre alto, de color blanco, cara redonda, cejas y pelo rubio, frente regular, ojos azules, nariz chica, boca y barba regular”.
Fuente:
https://www.gacetamercantil.com/notas/174212
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación. Miembro del Consejo de la Asociación de Estudios Irlandeses del Sur
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