En una jornada que pasó más por un ejercicio de marketing político que por un debate legislativo serio, el Senado argentino convirtió finalmente en ley el Presupuesto 2026 con 46 votos afirmativos, 25 negativos y una abstención. Era, según los voceros oficiales, “el gran triunfo que cierra el año legislativo”, aunque muchos argentinos se preguntan si lo que se cerró realmente fue el capítulo de la política económica que aún no termina de entender la realidad del país.
1. Un triunfo que huele más a campaña que a planificación
Oficialismo y aliados celebraron la sanción de la ley —la primera desde que Milei está al mando— como un logro de gestión. PARA EL GOBIERNO, este presupuesto representa “equilibrio fiscal”, “crecimiento proyectado” y la esperanza de regresar de manera definitiva a las plazas financieras tras años de inflación desbocada y microorganismos financieros que sólo entienden al dólar.
Pero mientras en las conferencias se destacaba un crecimiento esperado del 5 % y una inflación proyectada de ~10 %, muchos economistas independientes advirtieron que esas cifras carecen de sustento frente a la caída del consumo, del salario real y del poder adquisitivo. Además, la propia iniciativa resulta 24,6 % más baja en términos reales que el último presupuesto aprobado en 2023, lo cual suena menos a ajuste responsable y más a esquizofrenia fiscal.
2. El ajuste con sonrisa oficial: recortes disfrazados de orden
El punto más polémico de la ley fue el artículo 30, que propone eliminar mínimos obligatorios de financiamiento para educación y ciencia y dejar estas áreas a merced del humor fiscal del gobierno de turno. Es decir: adiós a garantizar el 6 % del PBI para educación y el 1 % para ciencia y tecnología, pilares elementales para cualquier país que aspire a ser algo más que un “paraíso del ajuste”.
Estas medidas generaron críticas no solo desde la oposición política, sino también de sectores docentes, universitarios y científicos que ven cómo, en la práctica, se profundiza el desfinanciamiento educativo y científico ya existente.
En lenguaje oficial, esto es “flexibilizar recursos”; en lenguaje popular, es asfixiar el futuro de generaciones enteras. Lo que Milei llama “orden fiscal”, para muchos parece “desarmar la caja de herramientas del desarrollo”. ¿Balance fiscal o balance de egos? Esa es la pregunta que muchos argentinos se hacen.
3. El Senado como invitado de piedra
El debate en la Cámara alta no fue un contrapunto técnico: hubo momentos de tensión, improvisación y hasta un vaso de agua derramado durante el debate —no como metáfora: literal— que terminó convertido en noticia viral.
Mientras tanto, las provincias sufren el impacto real de un presupuesto que prioriza la lógica del “ajuste primero, veamos después”. El senador sanjuanino Uñac calificó el rumbo como ausencia de visión federal y productiva, denunciando recortes en educación, ciencia e infraestructura.
4. “Triunfo” con números que no cierran en lo cotidiano
El Gobierno festeja un presupuesto “equilibrado”. El mercado sonríe. Los bonos se estabilizan. Pero en la calle la escena es otra: salarios estancados, tarifas que tiritan, jubilaciones que se desangran y universidades que luchan por no apagar sus fuegos. Más allá de las proyecciones macroeconómicas, muchos analistas señalan que las promesas de crecimiento y control inflacionario son, cuando menos, optimistas —sobre todo cuando se ignoran variables sociales como el empleo, el consumo local y la pobreza estructural.
5. Críticas duras y un futuro lejano
Desde diversos sectores califican al Presupuesto 2026 como un documento alejado de la realidad social. La eliminación de pisos mínimos de inversión deja a la educación y la ciencia con un futuro incierto, vulnerable a los vaivenes políticos y económicos. Y aunque a los jerarcas del Gobierno les guste hablar de crecimiento y control de gastos, la letra chica de esta ley podría profundizar la brecha entre la Argentina que se sueña en discursos y la Argentina que se vive en los barrios, universidades y centros de salud.
Conclusión: ¿presupuesto o declaración de principios?
El Presupuesto 2026 ya es ley. Fue aprobado, festejado y elogiado como una victoria histórica del libre mercado aplicado con motosierra. Pero más allá de las fórmulas y proyecciones, lo esencial es esto: este presupuesto refleja claramente las prioridades políticas del Gobierno y la distancia con las necesidades reales de la sociedad argentina.
¿Fue un logro institucional? Quizás.
¿Fue un acto de justicia social? Difícilmente.
¿Será recordado por sus recortes y sus efectos estructurales? Todo indica que sí.
Porque en el mundo de las cifras, siempre hay un lado de la historia que no entra en los discursos oficiales —y ese lado, en este caso, sigue siendo el de la gente común.
¿Querés que armen también un sumario con datos duros (por ejemplo: recortes por área en pesos y % del PBI, proyecciones de inflación, impacto en universidades y ciencia) para acompañar esta nota?
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