La dictadura de Uriburu: un laboratorio de terror cívico-militar que sentó las bases de futuras tiranías - HISTORIANDOLA

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La dictadura de Uriburu: un laboratorio de terror cívico-militar que sentó las bases de futuras tiranías

El golpe militar de 1930 marcó el comienzo de una era oscura en la Argentina, donde las fuerzas conservadoras, apoyadas por la oligarquía y sectores civiles, tomaron el control del país. Con la complicidad de la Corte Suprema, se estableció un régimen autoritario que introdujo prácticas represivas y censuró las libertades fundamentales.  



El 6 de septiembre de 1930, la democracia argentina sufrió su primer gran revés con el golpe de Estado encabezado por el general José Félix Uriburu. Lo que comenzó como un movimiento de un grupo reducido de cadetes militares, rápidamente se convirtió en una marea de autoritarismo que arrasó con las instituciones democráticas y marcó el inicio de una dictadura cívico-militar que cambiaría para siempre el curso del país.


No fue un golpe aislado ni espontáneo. Las raíces del derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen estaban profundamente entrelazadas con los intereses de la oligarquía pampeana, los sectores más conservadores de la sociedad y una prensa manipulada que se dedicó a desprestigiar al gobierno radical. La campaña de desprestigio, que erosionó la confianza en Yrigoyen, fue la antesala del golpe que se legitimó con la complicidad de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.


Esta primera dictadura en la Argentina no fue solo una toma de poder por la fuerza, sino una restauración oligárquica disfrazada de "salvación nacional". Uriburu, respaldado por grupos paramilitares como la Legión Cívica y por una parte significativa de la Iglesia Católica, instauró un régimen que violó sistemáticamente los derechos humanos. Las intervenciones en provincias, fábricas y universidades fueron solo el comienzo de una serie de atrocidades que incluyeron torturas, persecuciones, censura y asesinatos de opositores. La aparición de las "camisas negras criollas", inspiradas en los fasci di combatimento italianos, añadió un componente fascista al control social y político, garantizando el orden a través del terror y la delación.


Pero la mayor traición a la democracia argentina vino de uno de sus propios pilares: la Corte Suprema. En un acto que pasaría a la historia como uno de los más oscuros de la jurisprudencia nacional, la Corte, liderada por figuras como José Figueroa Alcorta y Horacio Rodríguez Larreta, emitió la llamada "Acordada", un documento que otorgaba legitimidad al gobierno de facto. Con una retórica cínica, la Acordada justificaba el golpe de Estado bajo el argumento de que el nuevo gobierno "aseguraría la paz y el orden de la Nación". Sin embargo, la realidad fue muy distinta. Bajo el mando de Uriburu, la paz fue la paz de los cementerios y el orden, el orden del miedo.


La dictadura de Uriburu no solo inauguró un ciclo de violencia y represión que se repetiría en las décadas siguientes, sino que también expuso la profunda complicidad entre los sectores civiles y militares en la gestación y mantenimiento de regímenes autoritarios. La intervención de la Iglesia, que bendecía el régimen, y el respaldo de la oligarquía, que veía sus intereses protegidos, consolidaron un modelo de poder que priorizaba la estabilidad conservadora sobre las aspiraciones democráticas del pueblo argentino.


El golpe de 1930 no solo derrocó a un presidente, sino que sembró las semillas de un patrón de intervención militar en la política argentina que se repetiría con consecuencias devastadoras en las décadas por venir. El quiebre del orden constitucional y la violación de los derechos fundamentales de los ciudadanos se convirtieron en el preludio de una serie de dictaduras que marcarían con sangre y terror la historia del país.


Mientras que en Europa emergían las sombras del fascismo y el nazismo, en Argentina, Uriburu y sus seguidores adoptaban prácticas similares, consolidando un régimen que despreciaba la democracia y exaltaba un nacionalismo excluyente y represivo. La idea de un "orden" impuesto por la fuerza se convirtió en una constante en el discurso del régimen, que utilizó la violencia para silenciar cualquier forma de disidencia.


La dictadura de Uriburu fue, en muchos sentidos, un experimento que sentó las bases para las futuras tiranías en Argentina. Las tácticas de control social, la censura, la persecución y la legitimación del poder autoritario por parte de las instituciones que deberían haberlo impedido, se replicarían en las sucesivas dictaduras que asolaron el país. El golpe de 1930, más que una anomalía en la historia argentina, fue el comienzo de una triste tradición de golpes cívico-militares que marcarían el siglo XX.


A medida que se consolidaba el poder de Uriburu, las libertades individuales y colectivas fueron erosionadas. Los derechos de los ciudadanos, especialmente de aquellos que se oponían al régimen, fueron sistemáticamente violados. La tortura y las ejecuciones extrajudiciales se convirtieron en herramientas comunes para mantener el control, y la censura impidió cualquier tipo de crítica al gobierno.


El golpe de 1930 y la dictadura de Uriburu no solo destruyeron un gobierno democrático, sino que también rompieron el contrato social en Argentina. La complicidad de sectores civiles, la intervención de la Iglesia y la traición de la Corte Suprema de Justicia dejaron una marca imborrable en la historia del país. El legado de esta dictadura perdura en la memoria colectiva, como un recordatorio de lo frágil que puede ser la democracia cuando quienes deberían protegerla se convierten en sus verdugos.


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