El capitalismo británico se construyó sobre la esclavitud y el comercio triangular fue el motor real del Imperio - HISTORIANDOLA

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El capitalismo británico se construyó sobre la esclavitud y el comercio triangular fue el motor real del Imperio

Comercio triangular, esclavitud y la verdadera base de la riqueza británica

Durante siglos, la historia oficial repitió una fábula conveniente: el capitalismo europeo habría surgido del ingenio, el esfuerzo y la innovación. Eric Williams dinamita ese relato con datos, cifras y nombres propios. El capitalismo no nació en fábricas humeantes ni en talleres virtuosos: nació en las bodegas de los barcos negreros, en las plantaciones esclavistas y en un sistema de saqueo global perfectamente organizado.



El comercio triangular fue el corazón de ese sistema. Europa ponía los barcos y las manufacturas; África, la mercancía humana; América, las plantaciones y los productos tropicales. El circuito era simple y brutal: manufacturas europeas se cambiaban por personas esclavizadas, que producían azúcar, algodón y otros bienes que regresaban a Europa convertidos en ganancias. Cada tramo generaba beneficios. Cada etapa descansaba sobre la violencia.


Lejos de ser una actividad marginal, el comercio triangular fue el motor central del comercio británico entre los siglos XVII y XVIII. Como reconocían los propios contemporáneos de la época, el tráfico de esclavos era “el manantial de donde fluían todos los otros comercios”. No era una exageración retórica: hacia 1750 no existía ciudad manufacturera o mercantil inglesa que no estuviera conectada, directa o indirectamente, con la esclavitud.


Las colonias azucareras del Caribe se convirtieron en el eje del Imperio Británico. Barbados, Jamaica, Antigua o Nevis valían más, en términos comerciales, que extensas regiones de América del Norte. Una isla diminuta podía generar más riqueza que varias colonias continentales juntas. ¿La clave? Trabajo esclavo intensivo, monocultivo y monopolio comercial.


Las cifras son demoledoras. Durante gran parte del siglo XVIII, cerca de una cuarta parte de las importaciones británicas provenían del Caribe. Una porción decisiva del comercio exterior del Reino Unido giraba en torno a las Antillas. África, aunque representaba un porcentaje menor del intercambio directo, cumplía un rol estructural: sin el suministro constante de personas esclavizadas, el sistema colapsaba.


Nada de esto funcionaba sin el monopolio. El mercantilismo británico se sostuvo sobre leyes que ataban a las colonias a la metrópoli como vasallos económicos. No podían producir manufacturas, no podían comerciar libremente, no podían elegir compradores. Todo debía pasar por Inglaterra, en barcos ingleses, con beneficios ingleses. Las Leyes de Navegación no fueron una anomalía: fueron el andamiaje jurídico del saqueo.


El azúcar resume mejor que ningún otro producto la lógica del sistema. No competía con la producción europea, garantizaba altísimas tasas de ganancia y requería una enorme masa de trabajo esclavo. Para los ideólogos del Imperio, el azúcar era “el placer, la gloria y la grandeza de Inglaterra”. Traducido: una mercancía bañada en sangre.


El impacto fue profundo y duradero. El comercio triangular impulsó la construcción naval, la marina mercante y la supremacía marítima británica. Alimentó industrias enteras: textiles, metalurgia, armas, cerámica, vidrio. Ciudades como Bristol, Liverpool y Glasgow crecieron al ritmo del tráfico de esclavos y del azúcar. Liverpool pasó de ser un puerto menor a convertirse en una potencia comercial mundial. Sus muelles, sus calles y sus edificios fueron financiados con la trata. No es una metáfora: contemporáneos afirmaban que cada ladrillo estaba cementado con sangre africana.


Cuando el movimiento abolicionista comenzó a cuestionar el sistema, la reacción fue reveladora. Los comerciantes, los armadores, los industriales y las autoridades locales advirtieron que abolir la esclavitud arruinaría ciudades enteras, destruiría empleos y debilitaría al Imperio. No defendían una institución moral: defendían una estructura económica de la que dependía su riqueza.


Eric Williams no propone una condena moral abstracta. Su tesis es más incómoda: el capitalismo moderno no puede entenderse sin la esclavitud. La acumulación originaria que permitió financiar la Revolución Industrial británica no cayó del cielo ni surgió del ahorro virtuoso: fue extraída de cuerpos esclavizados, de plantaciones, de océanos convertidos en rutas comerciales de la muerte.


La historia del comercio triangular no es un capítulo oscuro ya superado. Es el cimiento sobre el que se edificó el mundo moderno. Negarlo no es ignorancia: es complicidad historiográfica.



Fuente: Eric Williams, Capitalismo y esclavitud, capítulo “El comercio británico y el comercio triangular”.

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