La imagen atribuida a la estación de Retiro hacia 1900 no es una simple postal antigua de Buenos Aires. Es un documento histórico de enorme potencia explicativa. En un solo encuadre condensa el funcionamiento del modelo económico, social y político que dominó la Argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX: el orden oligárquico agroexportador, estrechamente alineado con los intereses británicos.
Lo que se observa —multitudes, trenes a vapor, carros, mercancías, caos organizado— es el resultado directo de un proyecto de país pensado desde arriba y hacia afuera.
La Argentina del Centenario en construcción
Hacia 1900, la Argentina atravesaba un proceso de crecimiento acelerado. El país se había integrado al mercado mundial como exportador de materias primas —carne, cereales, lana— y se presentaba ante el mundo como una nación moderna, próspera y en expansión. Buenos Aires crecía vertiginosamente y el sistema ferroviario se expandía como nunca antes.
Sin embargo, ese crecimiento tenía una dirección muy precisa: el puerto. Y Retiro era una de sus principales puertas de acceso.
El ferrocarril no estaba diseñado para integrar de manera equilibrada el territorio ni para fortalecer economías regionales. Su trazado respondía a una lógica colonial moderna: llevar rápidamente la producción del interior hacia el puerto, y del puerto hacia Europa, especialmente hacia Gran Bretaña.
Quiénes gobernaban ese país
En el momento en que fue tomada la fotografía, la Argentina estaba bajo el control político de la República Conservadora (1880–1916). Un régimen dominado por una minoría social —la oligarquía terrateniente— que monopolizaba el poder político, económico y simbólico.
Entre los presidentes de ese período se destacan:
Carlos Pellegrini (1890–1892): reorganizador del Estado tras la crisis de 1890, impulsor del orden financiero y de la alianza con el capital extranjero.
Luis Sáenz Peña (1892–1895) y José Evaristo Uriburu (1895–1898): figuras débiles, sostenidas por el mismo entramado de poder.
Julio Argentino Roca (1898–1904), en su segundo mandato: el máximo exponente del proyecto oligárquico, liberal en lo económico, conservador en lo político y abiertamente pro británico.
Estos gobiernos no surgían de elecciones libres. El sistema se sostenía mediante el fraude electoral, la exclusión de las mayorías populares y la represión de toda protesta social. El Estado no era un árbitro neutral: era una herramienta al servicio de los grandes propietarios rurales, los bancos y el comercio exterior.
Ferrocarriles: progreso dependiente
La imagen de Retiro está atravesada por un actor central: el ferrocarril. Lejos de ser un símbolo neutro de progreso, los trenes eran una de las principales herramientas de la dependencia económica.
A fines del siglo XIX, la mayor parte de la red ferroviaria argentina estaba en manos de capitales británicos. Gran Bretaña financiaba, construía, administraba y se beneficiaba del sistema. A cambio, la Argentina garantizaba rentabilidad, estabilidad política y un flujo constante de exportaciones.
Retiro funcionaba como un nodo estratégico: allí confluían personas, mercancías y riquezas que luego salían del país. Cada locomotora que se observa en la imagen no solo transportaba pasajeros, sino también el resultado del trabajo de miles que no participaban de las decisiones ni de los beneficios del modelo.
Multitudes sin poder
La foto muestra una multitud diversa: inmigrantes, trabajadores, empleados ferroviarios, comerciantes, changarines. Muchos de ellos eran recién llegados de Europa, atraídos por la promesa de trabajo y ascenso social. Pero esa promesa era limitada.
El progreso que se exhibía hacia el exterior convivía con condiciones laborales duras, viviendas precarias y ausencia total de derechos políticos. Los mismos hombres y mujeres que llenaban los andenes de Retiro no podían votar libremente, ni incidir en las políticas que organizaban su vida cotidiana.
El contraste es brutal: un país que se jactaba de ser moderno, pero que negaba ciudadanía plena a la mayoría de su población.
Retiro como metáfora del régimen
Retiro no era solo una estación ferroviaria. Era una metáfora del país oligárquico:
Un espacio de movimiento constante, pero controlado.
Un punto de encuentro de clases sociales profundamente desiguales.
Un engranaje clave de una economía orientada hacia el exterior.
Un símbolo de modernización sin democratización.
Mientras la élite gobernante celebraba el crecimiento y la inserción internacional, las mayorías sostenían el modelo desde abajo, sin voz ni representación.
Una imagen que sigue interpelando
Más de un siglo después, la fotografía de Retiro sigue hablando. No solo del pasado, sino de las tensiones estructurales que atravesaron —y aún atraviesan— la historia argentina: dependencia externa, concentración del poder, crecimiento sin justicia social.
Mirarla con atención permite entender que el problema no fue la falta de progreso, sino para quién y para qué se organizó ese progreso.
Retiro, 1900. Trenes, multitudes y humo. Un país en marcha. Pero no todos viajaban en la misma dirección.
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