San Lorenzo suele presentarse como una escaramuza breve, casi un episodio menor dentro del proceso independentista. Sin embargo, una lectura atenta de la reconstrucción realizada por Bartolomé Mitre permite comprender que detrás de ese combate del 3 de febrero de 1813 se articuló una trama mucho más compleja, en la que confluyeron la reorganización política de la revolución, la guerra fluvial en el Paraná y la aparición de una nueva forma de conducción militar encarnada por José de San Martín.
Según relata Mitre, el enfrentamiento se inscribe en un momento decisivo: mientras en Buenos Aires la Asamblea del Año XIII avanzaba en la ruptura efectiva con la monarquía española, en los ríos persistía el dominio naval realista con base en Montevideo. Desde allí partían expediciones que bombardeaban poblaciones, saqueaban pueblos ribereños y mantenían en jaque al litoral argentino. La revolución, fuerte en tierra, aún mostraba una debilidad estructural en el plano marítimo, lo que convertía al Paraná en un espacio clave de disputa .
En ese marco, los realistas organizaron una expedición fluvial destinada a extender sus acciones hacia el norte, destruir defensas patriotas y asegurar el abastecimiento de Montevideo. Mitre describe cómo esta fuerza, compuesta por varias embarcaciones y más de trescientos hombres, avanzó confiada, sin prever una respuesta inmediata. El desembarco en San Lorenzo no fue el resultado de una maniobra estratégica brillante, sino una decisión contingente, tomada en un punto geográficamente desfavorable y sin valor político inmediato, algo que el propio Mitre subraya al señalar que ese lugar no había sido previsto ni por el gobierno revolucionario ni por San Martín como escenario del combate .
San Martín, por su parte, aparece en la narración mitrista como un jefe que privilegia la información, el tiempo y el terreno por sobre la fuerza numérica. Con un contingente reducido de granaderos, siguió la marcha de la expedición realista de manera sigilosa, moviéndose de noche y evitando el contacto prematuro. La información decisiva llegó a través de un prisionero fugado, cuyo testimonio permitió conocer el número real de tropas y las intenciones del enemigo. Mitre destaca que sin esa información y sin las demoras provocadas por los vientos, el combate probablemente no habría ocurrido .
Cuando finalmente se produjo el choque, el resultado fue rápido y contundente. La acción coordinada de los granaderos desorganizó a la tropa realista y la obligó a reembarcarse. Más allá del desenlace inmediato, Mitre enfatiza el valor simbólico del combate: San Lorenzo fue el bautismo de fuego de San Martín en el Río de la Plata y la primera demostración concreta de un método militar basado en la disciplina, la sorpresa y la conducción racional, en contraste con la improvisación que había caracterizado a etapas anteriores de la guerra .
Desde esta perspectiva, San Lorenzo no debe entenderse como una gran batalla decisiva, sino como una experiencia fundacional. En palabras que Mitre sugiere a lo largo de su relato, se trató de una victoria pequeña en escala, pero enorme en enseñanza. Allí comenzó a delinearse una forma de hacer la guerra que, con el tiempo, permitiría a San Martín proyectar la revolución más allá del litoral y convertirla en una empresa continental.


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