El retorno de la Argentina al patrón oro durante la década de 1920, mediante la reapertura de la Caja de Conversión, fue presentado en su momento como un acto de orden, disciplina y modernidad económica. La convertibilidad del peso en oro aparecía como una garantía de estabilidad monetaria, una promesa de previsibilidad frente a las turbulencias externas y una señal de “seriedad” ante los mercados internacionales. Sin embargo, detrás de ese discurso de equilibrio se escondía un mecanismo profundamente rígido, dependiente del contexto internacional y funcional a una estructura económica desequilibrada.
La lógica que sostenía el retorno a la Caja de Conversión partía de un supuesto central: la necesidad de vincular estrictamente la cantidad de dinero en circulación con las reservas de oro y divisas disponibles. Este principio, característico del patrón oro —o más precisamente del patrón cambio-oro—, buscaba impedir expansiones monetarias “irresponsables” y resguardar el valor de la moneda. Entre 1899 y 1914, ese esquema había funcionado de manera relativamente estable, lo que alimentó la idea de que podía repetirse la experiencia.
Pero el contexto de los años veinte era muy distinto. La economía argentina mostraba una fuerte dependencia de su inserción externa: exportaciones primarias, elevada propensión a importar y un sistema financiero sin Banco Central que actuara como regulador. En ese marco, la balanza de pagos se convertía en el verdadero termómetro de la estabilidad económica. Cuando las exportaciones crecían o ingresaban capitales del exterior, aumentaban las reservas y se expandía el circulante. Pero cuando el ciclo se invertía, el mecanismo funcionaba como una trampa.
Este giro no fue neutro desde el punto de vista político. El retorno al patrón oro se concretó el 25 de agosto de 1927, durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear (1922–1928), un gobierno estrechamente vinculado a los intereses agroexportadores y financieros que reclamaban una moneda fuerte y estable. La reapertura de la Caja de Conversión respondió en gran medida a las presiones de esos sectores, que veían en la convertibilidad un instrumento para disciplinar la economía interna y garantizar el cumplimiento de los compromisos externos. La suspensión del régimen en diciembre de 1929, en cambio, ya ocurrió bajo el segundo mandato de Hipólito Yrigoyen, cuando el impacto de la crisis mundial y la fuga de capitales hicieron estallar un esquema cuya fragilidad estructural era previa y largamente conocida.
El sistema monetario argentino era extraordinariamente sensible a los movimientos externos. Un saldo positivo de la balanza de pagos podía traducirse en mayor capacidad de compra y expansión del crédito, pero un saldo negativo no generaba un ajuste ordenado. Por el contrario, la ausencia de un Banco Central permitía a los bancos continuar expandiendo el crédito incluso cuando las reservas comenzaban a agotarse, profundizando los desequilibrios. La consecuencia era una transferencia casi directa del poder de compra nacional hacia los mercados externos, con importaciones que no se reducían lo suficiente en las fases depresivas del ciclo.
Entre 1925 y 1927, la entrada de capitales y el crecimiento económico provocaron una revalorización del peso. Este fenómeno, lejos de ser neutro, profundizó las tensiones internas: perjudicó a exportadores y productores agropecuarios, cuyos ingresos en pesos caían por la baja de los precios internacionales, mientras beneficiaba a los importadores. A la vez, crecía el peso del servicio de la deuda externa, reforzando las presiones para retornar a la convertibilidad.
Los sectores exportadores, con fuerte influencia política, impulsaron activamente la reapertura de la Caja de Conversión. No era un reclamo desinteresado. En caso de reanudarse la convertibilidad, se favorecía especialmente a quienes necesitaban cancelar deudas en oro, en particular con Estados Unidos, país con el que la Argentina mantenía un balance crónicamente negativo. El drenaje de reservas que esto implicaba tendía a depreciar nuevamente el peso, beneficiando otra vez a exportadores y productores locales, e incluso a ciertos sectores industriales protegidos por el encarecimiento de las importaciones.
En 1927, el aumento significativo de las reservas de oro —más de 85 millones de pesos oro— permitió emitir moneda y precipitó la decisión oficial. El 25 de agosto de ese año se restableció la convertibilidad a una paridad fija, atando nuevamente la política monetaria a la disponibilidad de reservas. La Argentina se alineaba así con una tendencia internacional: el regreso al patrón oro en las principales economías capitalistas tras la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, como advirtieron algunos economistas contemporáneos, el retorno se produjo más por inercia que por planificación. Luego de años de inconvertibilidad, el país volvió al patrón oro “a la deriva”, empujado por circunstancias favorables y sin haber corregido sus desequilibrios estructurales. La estabilidad era, en gran medida, un producto del contexto externo, no de una transformación profunda del sistema económico.
La fragilidad del esquema quedó en evidencia rápidamente. El régimen de conversión solo funcionaba en tiempos de bonanza. Cuando entraba oro, se expandía el crédito y el consumo; cuando salía, se encendían las alarmas. Ya había ocurrido en 1914 y volvería a suceder en 1929. A fines de la década, la caída de los precios de exportación, el deterioro de los términos del intercambio y la suba de las tasas de interés en Estados Unidos provocaron una fuga acelerada de capitales. La balanza de pagos se volvió negativa y la Caja de Conversión fue incapaz de frenar el drenaje de divisas.
El estallido de la crisis mundial de 1929 terminó de exponer las limitaciones del patrón oro. En diciembre de ese año, el gobierno suspendió la convertibilidad, reconociendo que la inestabilidad monetaria internacional estaba afectando directamente al país. El mecanismo, excesivamente rígido y automático, había amplificado los ciclos económicos en lugar de suavizarlos.
La experiencia dejó una lección central: en economías periféricas y dependientes, el patrón oro no era un ancla de estabilidad sino un factor de vulnerabilidad. Mientras los países centrales podían manejar los ciclos mediante la política de tasas de interés, los países como la Argentina sufrían los ajustes de manera más profunda y desordenada. El retorno al patrón oro no resolvió los problemas estructurales, solo los postergó, hasta que la crisis los hizo estallar con mayor fuerza.
Fuente: Mario Rapoport, Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2003), capítulos sobre la Caja de Conversión y la balanza de pagos
_A_1891.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario