La Doctrina Monroe: de advertencia contra Europa a política de control en el hemisferio occidental.
El 2 de diciembre de 1823, el presidente James Monroe proclamó una de las declaraciones más influyentes en la historia de las relaciones internacionales: América quedaba cerrada a la colonización europea. Lo que comenzó como una defensa de las naciones recién independientes, se transformó en una herramienta de dominación imperialista de Estados Unidos.
El mundo de 1823 estaba marcado por la inestabilidad política y económica. Europa, devastada tras las guerras napoleónicas, observaba cómo las colonias americanas del sur lograban independizarse de España y Portugal. En este contexto, James Monroe, quinto presidente de Estados Unidos, lanzó al Congreso una advertencia que, aunque inicialmente parecía modesta, sentaría las bases del expansionismo estadounidense: la Doctrina Monroe.
El corazón de la doctrina era claro: América debía ser para los americanos. Según Monroe, cualquier intento de intervención europea en el hemisferio sería considerado una amenaza directa contra Estados Unidos. Este planteamiento, lejos de ser solo un gesto altruista hacia las nuevas repúblicas latinoamericanas, también respondía a intereses estratégicos. Estados Unidos, entonces una joven nación con ansias de consolidación, veía en la fragilidad de las naciones vecinas una oportunidad para expandir su influencia y proteger su territorio de posibles incursiones de potencias europeas.
Sin embargo, ¿era esta doctrina realmente un acto de solidaridad, o escondía detrás de sus palabras una calculada estrategia de control hemisférico?
El discurso detrás de la declaración
Monroe, influido por su secretario de Estado, John Quincy Adams, articuló su doctrina como un principio de autodeterminación para las Américas. En palabras de Adams, el objetivo era "no buscar monstruos para destruir", sino proteger los intereses estratégicos de Estados Unidos. En efecto, lo que parecía una declaración de neutralidad, se transformó con el tiempo en un manifiesto de intervención.
La doctrina fue recibida con escepticismo en Europa, donde las potencias del Viejo Mundo enfrentaban sus propias crisis internas. Pero en América Latina, la recepción fue ambivalente. Si bien algunas naciones interpretaron la declaración como un respaldo contra el colonialismo, otras veían con desconfianza el creciente poder de su vecino del norte.
De la neutralidad al intervencionismo
Aunque en su formulación inicial Monroe aseguraba que Estados Unidos no interferiría en las colonias europeas existentes, los eventos del siglo XX demostrarían lo contrario. Desde el apoyo a golpes de Estado en Latinoamérica hasta la imposición de políticas económicas desfavorables, la Doctrina Monroe se convirtió en el vehículo para justificar el intervencionismo estadounidense en la región.
El caso más icónico de esta transformación fue la "política del Gran Garrote" de Theodore Roosevelt, que reinterpretó la doctrina como una licencia para intervenir militarmente en el hemisferio. Esta expansión de la doctrina marcó el inicio de una larga historia de injerencia, desde la ocupación de Haití hasta el respaldo a dictaduras militares en plena Guerra Fría.
Un legado controvertido
A dos siglos de su enunciación, la Doctrina Monroe sigue siendo un tema de debate. Mientras que para algunos representa una advertencia legítima contra el colonialismo, para otros es el símbolo de la hipocresía de una nación que pregona la libertad mientras actúa como hegemón.
En 2019, el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, aseguró que la doctrina seguía vigente, reforzando la percepción de muchos de que América Latina sigue siendo vista como el "patio trasero" de Estados Unidos. La pregunta clave es si esta postura es compatible con los principios democráticos y de autodeterminación que la doctrina afirmaba defender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario